Desde el nacimiento mismo de la nación, Colombia ha sido un país de luchas y resistencias. Indígenas, negros, afrodescendientes y raizales luchando por el reconocimiento de sus derechos, históricamente vulnerados; por conservar la vida en sus territorios, por el agua y la naturaleza; por su cultura y tradiciones. Mujeres pidiendo por su vida y por ser respetadas. Niños luchando por crecer sanos y rodeados de amor en ambientes seguros. Estudiantes y universitarios luchando por una educación digna y de calidad. Madres cabeza de hogar luchando por sacar a sus hijos adelante en un país desigual y con pocas oportunidades. Grupos de derechos humanos que se hacen matar en nombre de la dignidad de las demás personas.

Profesores en escuelitas rurales haciendo de todo para que sus niños logren llegar con vida y bien a clase. El campesino resistiéndose, aún a costa de su vida; al despojo de su tierra. El desplazado en la ciudad pidiendo monedas para no morir de hambre. Las zonas rurales resistiendo el abandono y la indiferencia histórica del estado. El vendedor ambulante que empuja la carreta al sol y la lluvia para llevarse algo a la boca. Cada miembro de la comunidad LGBTI pidiendo ser tratado con dignidad y respeto por su diferencia.

Usted y yo que madrugamos todos los días a trabajar y tenemos que aguantarnos la infamia de un miserable salario mínimo que no alcanza ni para cubrir los pasajes de ese bus atestado de gente que toca coger todos los días para ir a cumplir con el deber...

Siendo así, me consterna el hecho de que no sé cuando nos volvimos lo suficientemente insensibles para que el peso de nuestras realidades nos importen un reverendo comino. Hemos llegado al punto de ver las noticias y normalizar todo lo que aquí sucede. Hemos llegado al punto de llamar “líos de faldas” a los asesinatos sistemáticos de líderes sociales. A tildar de asesinos y vándalos a los estudiantes universitarios que protestan por el desfalco a la educación pública. Hemos desvirtuado la paz en los territorios al aceptar los asesinatos de las personas que se han reincorporado de una guerra que se llevó por muchos años; la vida y las esperanzas de un pueblo azotado por la violencia. Nos hemos desnaturalizado al justificar la barbarie en la que niños, algunos de solo 12 años que habían sido obligados, reclutados y abusados; fueron vilmente masacrados por las fuerzas de un estado que les falló al no tratar de recuperarlos del secuestro al que fueron sometidos y que además se jactó de resultados al tratarlos como terroristas y guerrilleros. Hemos olvidado que dos oficiales del ejército cayeron del cielo y murieron abrazados a la bandera que juraron proteger por el entretenimiento de otros, siendo tan crédulos para no buscar más allá de la explicación oficial rebuscada y cínica que nos vendieron.

Los dos soldados, pendían de una bandera sujetada a un helicoptero de la fuerza aerea durante un evento de cierre de la Feria de las Flores en Medellín el año 2019. Fotografía Javier Nieto/ El Tiempo.

Y así como estos, muchos más asuntos que suceden a diario, pero que no parecen importarnos mientras no nos afecten de primera mano. Nos resistimos a diario, nos reinventamos, y al día siguiente se nos olvida la ineptitud del gobierno y de las autoridades bajo el mando de éste; que no es capaz de asegurar las condiciones más mínimas de convivencia y paz en las comunidades y territorios. ¿Qué se puede esperar de una sociedad que le dijo NO a la paz y SI a la corrupción? ¿Qué le aguarda a las futuras generaciones de colombianos y colombianas que nacerán bajo la premisa de “plomo es lo que hay y plomoes lo que habrá? ¿Hasta cuando tendremos que seguir resistiendo que nuestras realidades no se aparten de la violencia sistemática? ¿Hasta cuándo reclamar por nuestros derechos será visto como una falta de oficio? ¿Hasta cuándo tocará luchar y resistir...?