Mientras las últimas horas de lo que llamamos año trascurren en lenta melancolía, no dejo de preguntarme si el sentido que le hemos dado al paso del tiempo es un mero espejismo que medimos en comparación con nuestras fugaces existencias y el esfuerzo que ponemos en ellas.

Mi madre solía decir que no hay fecha que no llegue ni plazo que no se cumpla. Pero, yo me atrevería a llevar este pensamiento más allá: no hay vida que no se agote ni existencia que no sucumba, y, mientras estamos aquí, todo es posible.

Pero, no se confundan. No me refiero a esas mierdas baratas repletas de palabrería vacía de la positividad tóxica que se nos vende como caminos tortuosos de emprendimiento, mientras glamurizamos la precariedad de nuestras sufridas existencias vaciadas de todo placer consciente por parte del sistema. No. En ningún momento se trata de eso.

A lo que me refiero con que todo es posible es a la contemplación real de nuestras vidas a través de la revolución de aquellas pequeñas, muy grandes cosas, las cuales nos hemos dedicado a dar por sentado. Y esta es una conclusión a la que he llegado después de este agitado aunque corto trasegar por la vida, en la que solo hasta hace un par de meses, tuve como la real oportunidad de sentarme a descansar.

Yo creo que hay cosas que se nos paran enfrente como el reflejo de nuestra imagen en el espejo: parecen verdades ciertas y no resultan ser otra cosa que la interpretación que tenemos del mundo y de lxs otrxs; cuestión claramente sesgada por nuestros propios sistemas de creencias, niveles de privilegio y otro número de cosas que mejor no traigo a cuento.

El asunto es que, no nos permitimos conectar con las personas que somos en nuestras propias circunstancias en cada uno de los momentos de nuestras vidas. Porque es que estamos distraídxs detrás de aquel espejismo de la prosperidad ilimitada, de la ilusión y la esperanza de ser el próximo Mark Zuckerberg o Steve Jobs.

Vivimos sumergidos en el anhelo de hacer un vídeo que se vuelva viral y que a través de esa viralidad lluevan los contratos millonarios que nos van a “cambiar la vida” a costa de un frenesí consumista en el compraremos la felicidad contenida en carros último modelo y mansiones que no alcanzaremos a disfrutar en su totalidad.

Soñamos con que nuestros emprendimientos, en los que nos dedicamos a resolver absolutamente todo, se conviertan en imperios empresariales que nos permitan acceder a la tan sobrevalorada “libertad financiera” que no es otra cosa que depositar cantidades absurdas de dinero en bancos que se dedican a especular con la economía de países enteros.

Y yo siento que no está mal reconocernos como los dueñxs de nuestras vidas en la tranquilidad de, repito, las pequeñas cosas. Porque, si soy honesta, el esfuerzo desmedido, el sacrificio eterno y el trabajo increíblemente duro no son garantía de éxito económico ni de riqueza desmedida, y mucho menos de felicidad si solo se le atribuye a estos términos.

Hay vainas que por más que una quiera lograr no puede, y pienso que reconocer esos limites es en extremo sano y hasta reparador. Nos pone a salvo de la frustración, no porque debamos evitarla a toda costa, sino porque nos da las herramientas para entender que hay cosas por fuera de nuestro control que no podemos cambiar.

No se trata de nuestra propia actitud como te dirán los gurús del emprendedurismo que se llenan los bolsillos vendiéndote cursos y libros de autoayuda que solo sirven como un placebo lleno de humo que en nada ayudan a mejorar tu realidad concreta. Es un asunto más grande que nosotrxs, en el que nuestros comportamientos individuales muy poco impacto tienen en nuestras condiciones de vida, las cuales, dicho sea de paso; están influenciadas por la estructuralidad del sistema en sus múltiples violencias y opresiones.

Nuestra actitud por sí sola no sirve para nada, no es como que nos vamos a llevar el pan a la boca con pensar simplemente de manera positiva. Siento que es necesario reconocer que la vida es un incesante esforzarse por lo mínimo y que, de muchas maneras eso es lo que nos sostiene mientras el tiempo se va encargando de lo suyo.

Y, quiero que sepan que no encuentro otro sentido para la vida más que este. No tengo la intención de que se malentienda. Considero que, en esa medida, todos nuestros deseos son válidos siempre que tengamos claro quienes somos y el lugar que ocupamos en el mundo.

Así las cosas, considero que hay cuestiones por las que vale la pena luchar. Siento que es absolutamente necesario que nos preocupemos por lograr una vida tranquila en nuestros propios términos.

Siento que es necesario habitarnos conscientemente desde el amor, el conocimiento y el respeto de las personas que somos, lo que incluye también nuestros matices, nuestros aciertos, desperfectos, perspectivas e ilusiones.

Siento que es necesario, en absoluto, permitirnos desalojar de nuestros espíritus todo sentimiento de culpa por nuestro merecido descanso. Siento que es necesario sentirnos merecedores del cariño que nos profesan lxs demás, muy aún cuando no seamos capaces de amarnos a nosotrxs mismxs por las razones que sean.

Siento que es necesario ser personas humanas en la completa complejidad de lo que esto significa.

Este año me he dado la pela por perseguir todas estas cosas. Me he derrumbado. He sufrido y he llorado. He entendido que el dolor se siente en cada fibra de tu ser y que está bien que no tenga sentido, que está bien que solo te dañe.

He entendido que algunas cosas, situaciones o personas simplemente te suceden para joderte sin tener necesariamente que enseñarte algo a cambio. Hay cosas que solo suceden porque sí.

Y eso me ha ayudado a soltar tristezas y a remendar el alma. Me ha ayudado a habitarme con respeto en esos días en que soy indeseable para mí misma. Me ha ayudado a valorar más la tranquilidad y la felicidad contenidas en los instantes, fragmentos de eternidad que al final, solo quedan en mi frágil y susceptible memoria.

El 2021 fue un año muy difícil, de retos desconocidos y de profundas heridas que me removieron de mis lugares seguros. Empecé 2022 con el desconsolado ruego por un año más amable y así sucedió. Y he logrado mantenerme más coherente con mis propias experiencias, más consciente de todas las personas que en mí habita,  y he decidido que el éxito de esta porción de tiempo que acabará dentro de unas cuantas horas, tiene más que ver con abrazar todas mis zonas oscuras y acuerparme de ellas; dejándome querer y cuidar por quienes han estado en la disposición y en la actitud de hacerlo desde el amor y la contemplación; que con haber logrado cumplir mis propósitos del año. Y creo que, de muchas maneras, esto me hace una persona un poquito más feliz…

Mientras las últimas horas de lo que llamamos año trascurren en lenta melancolía, me doy una palmadita en el hombro y me sonrío a mí misma. Abrazo a la niñita insegura que alguna vez fui. Sostengo del brazo a la mujer pragmática que intentaba ser fuerte mientras se derrumbaba por dentro en los momentos más terribles de la vida. Y tomo en mis manos la delicada masita de sentimientos y vulnerabilidades honestas y crudas que soy por estos momentos con el pleno compromiso de cuidarla y dejarla cuidar en caso de ser necesario.

Mientras las últimas horas de lo que llamamos año trascurren en lenta melancolía; me permito escribir estas líneas con el ojo agüarepao, mientras albergo la ilusión de que, con el paso del tiempo; pueda llegar a sentirme completa en la incompletitud del rompecabezas inacabado que termina siendo la vida misma.

Sin más que pueda añadir sobre todo esto; seguiré rumiando mis pensamientos.

Adiós y gracias 2022, porque fuimos a través de ti.

Serenidad y amplitud con ustedes.

Teresa.