“Tengo 30 y soy un fracaso”: Son las palabras que hacen eco en mi mente desde hace un par de días que caí en cuenta que el de hoy, es mi cumpleaños número 30.
He tratado de no prestarles atención, tal como cuando hay un mosquito molestoso zumbándote en el oído en una calurosa noche de verano; porque, tal como ésta, la vida tiene urgencias cotidianas más apremiantes que ponen mis crisis existenciales a correr en segundo plano.
“Tengo 30 y soy un fracaso”, tal vez porque en mi cuenta bancaria no existe un número obscenamente inflado seguido de una retahíla de ceros.
“Tengo 30 y soy un fracaso”, tal vez porque no vivo en un lujoso condominio con ventanales de cristales altos y una enorme piscina en el patio.
“Tengo 30 y soy un fracaso”, tal vez porque no tengo el pasaporte (que está olvidado en un cajón a punto de vencer) lleno de sellos que atestigüen viajes lejanos a lugares exóticos llenos de sabores y experiencias inexplorados…
“Tengo 30 y soy un fracaso”, tal vez porque no soy una empresaria exitosa con un gran negocio construido a punta de incontables noches sin dormir y de sacrificios interminables, o quizá porque no soy una mujer de carrera profesional en el mundo corporativo que viste elegantes trajes de sastre a juego con zapatos de tacón.
“Tengo 30 y soy un fracaso”, tal vez porque en mis pensamientos y solo ahí; quedó la casita de los sueños que tanto le prometí a mamá que compraríamos en un conjunto cerrado con cocina amplia y un pequeño jardín y que no alcancé a dilucidar porque su vida se agotó antes de que pudiera siquiera conseguir un trabajo estable donde no me explotaran por unos cuantos pesos.
“Tengo 30 y soy un fracaso”, tal vez, porque decidí, libre, consciente y políticamente; seguir el camino de la tranquilidad sosegada en el seno de un hogar que he ido construyendo con mi señor novio, quien me sostiene en este trasegar hace casi 10 años.
“Tengo 30 y soy un fracaso”, tal vez porque he decidido intercambiar el performance de una vida ‘exitosa’ llena de postales envidiables en mi Instagram, por la plenitud infinita que me brinda el despertar al lado de mi hijita y verme reflejada en su pequeña mirada que me persigue a todos partes.
“Tengo 30 y soy un fracaso”, tal vez porque he decidido intercambiar los sellos de los viajes en el pasaporte por la risita cómplice de mi señor novio cuando nuestros gatos hacen alguna pilatuna en frente de nosotros.
“Tengo 30 y soy un fracaso”, tal vez porque he decidido intercambiar la mansión inmensa que sería el símbolo de mi status, por una casita más pequeña y acogedora, donde no nos falte luz ni espacio, pero donde tampoco nos sobre nada más allá de lo necesario.
“Tengo 30 y soy un fracaso”, tal vez porque he decidido intercambiar el resonar de mis tacones entrando a una oficina a trabajar, por largas tardes de silencio que me permiten rumiar mis reflexiones sobre el mundo y la persona que soy en él.
“Tengo 30 y soy un fracaso”, tal vez porque he decidido intercambiar la frustración que me produjo la muerte de mamá y nuestros planes inconclusos, por el sonido de su risa alborotada y sus canturreos tomándose el café de la mañana, ambas cosas engrandecidas ahora por la belleza etérea de sus recuerdos…
Hoy, en mi cumpleaños número 30, he decidido intercambiar lo que se supone que debería haber logrado a mi edad, por lo que hay; permitiéndome ser compasiva conmigo misma y dejando que la frustración me traspase, habitándola, existiendo con ella y, luego, dejándola ir para poder apreciar la belleza de las pequeñas cosas que me rodean y que he ido consiguiéndome a pulso.
Desde que tengo memoria, siempre me ha gustado cumplir años. Es como un recordatorio de que la vida que me ha sido dada es un privilegio que me he gozado con mi risa desparpajada y ruidosa a pesar de las circunstancias.
Hoy, sin embargo, me he despertado con la sensación de que no he hecho nada con mis 30 años y el sentimiento ciertamente es desolador. Pero, también me he puesto a pensar sobre porqué siento que no he hecho nada con el pedacito de luz que le da aliento a mi alma, y creo que las respuestas están al principio de esta misiva.
“Tengo 30 y soy un fracaso” porque desde siempre he escuchado que tocaba hacer sacrificios y trabajar duro para dignificar la vida. Pero, ahora soy consciente de que mi vida es digna porque he podido sonreír a pesar de que me ha tocado pararme duro frente a un sistema que me la ha puesto difícil, incluso, desde antes de nacer.
Y al final me he dado cuenta que ese es mi logro y mi poder: mi felicidad en las cosas sencillas de la vida y la plenitud que siento al poder dedicarme a hacer las cosas que me da la gana hacer. Porque tengo personas a mi alrededor que se han dedicado a sostener mi existencia y me han ayudado a reparar mi espíritu. Sin mi comunidad, sin mi familia, no soy nada, no podría existir.
Entonces, sí: Tengo 30 y soy un fracaso…