----

Liberación…

Se mira en el espejo. Trata de imaginarlo. Sí. Caminos de liberación en sus cabellos. Se devuelve en el tiempo. Siente el ardor del látigo fustigador sobre su espalda desnuda expuesta al sol. Ahoga un grito adolorido...

Recoge la cosecha. Saca el oro de los ríos y la plata de las minas. Esconde semillas. Maíz, tomates. Lo que hubiese. Es necesario. Lo valdrá después.

Con sus manos destrozadas, toma entre sus hebras de cabellos todo aquello que supondrá la supervivencia, habrá muchas  bocas que alimentar. La libertad es su sueño recurrente. En el galpón donde duerme amontonada con tantos otros, no puede cerrar los ojos ante la idea de escapar de las cadenas que le aplastan, o al menos tener el inmenso honor de morir en el intento.

Pero ella nació libre, el yugo jamás echó raíces en su mente. Resuenan en su cabeza las palabras de sus ancestros que aún le describían ese último sabor de tierra africana metido furtivamente en la boca, antes de cerrar los ojos en a su infame destino en el barco que les traería a nuevas tierras. “Afortunados aquellos que no alcanzaron a llegar”, le repetían sus abuelos. Y lo imaginaba todo. Unas tres generaciones después, ella aún conservaba el sabor de su tierra de ultramar en la boca. Era algo que se llevaba en los genes.

Cada día con su afán, vivir es un acto revolucionario. Cantar, respirar, ser. Su piel maltratada es testigo de la infamia que otros le depararon, pero no pierde la fe. Le tiene a los demás; pero más importante: se tiene a sí misma. Su cuerpo es territorio de múltiples resistencias y en sus cabellos reproduce un lenguaje nuevo, lleno de esperanzas y amor por el futuro aún no recorrido.

Ella no se lo inventó sola, pero es su mundo. Y en él siembra las expectativas crecientes de hacer lo que le plazca, en total libertad. Canto y arrullo de ancestros, el ritual de peinarse es la consigna que le quitará las cadenas del cuerpo.

Heroína. Cimarrona. Su camino de fuga empieza  aquella tarde cuando empezó a mostrarles a otros, las rutas de su liberación en las trenzas que lleva dibujadas en su pelo. Consigna el tributo a la vida en el mismo, guardando oro y semillas que sustraía del “amo”, y bajo su turbante, pregonaba por la vida en un sutil canto de alegría bajo la promesa de su pronta liberación.

----

Determinación.

Regresa en sí. Tiene 23 años y vuelve a mirarse en el espejo. En su mano izquierda, un par de tijeras, y en la derecha, la mecha de cabello alisado con químicos, que desde los 11 años le marcó la existencia. La determinación estuvo en ese instante fugaz, tras el recuerdo de sus ancestras y la sabiduría ingeniosa de su pueblo.

¡Zas!

¡Zas!

¡Zas!

Un tijeretazo, y luego vinieron otros más. Se liberó de la asfixiante esclavitud de una belleza que le fue impuesta desde fuera.

En algún rincón de su mente, reconecta con el espíritu rebelde y de lucha por la liberación de quienes la precedieron. Siente el sonar de tambores a lo lejos y el fragor de los cuerpos danzantes alrededor de una fogata tras la empalizada que de alguna manera, asegura su liberación. Recuerda el dulce aroma de una alegría haciéndose por allá en algún fogón de leña y escucha la risa  de todas aquellas generaciones que a partir de ahí, nacieron en libertad…

Sonríe.

Palenque…

---

Lucha.

Camina por las calles de aquella otrora ciudad colonial, con la rebeldía de sus cabellos que no se dejaban perturbar por la loca brisa. El desafío más grande. Todo tipo de comentarios odiosos y despectivos salían de la boca de personas irrespetuosas, que no se cansaban de llamarla “negra, pelo cuscú”, buscando ofenderla, en un lugar donde la mayoría de la población, compartía su negritud.

Todo era, además de hiriente; doloroso por la ignorancia que revestía. Cartagena: una ciudad negra y racistasegregadora y clasista...

Pero reconocerse en el cimarronaje de sus antepasados y antepasadas, le dio la fuerza para defender su herencia de amor por la vida y de rebeldía contra un sistema de esclavización y muerte,  que habitaba en su esencia y que salía de sus poros y de su cabeza.

Portar sus cabellos naturales, donde pudo haber llevado aquella garantía alimentaria del primer pueblo libre de esclavización de toda América, en una probable vida anterior, era el homenaje manifiesto a la lucha que encontró oportunidades para cada uno y cada una de nosotros y nosotras.

No, no era por “moda”. ¿Quién podría estar a la moda, habiendo nacido así? Los rasgos de aquella exclusión racista que vivió a lo largo de su vida estaban marcados por el desconocimiento que había de la historia de orgullo y rebelión de aquellos y aquellas que aplastaron las cadenas que les oprimían, para vivir su  libertad. Y ésta se reflejaba en el químico de aliser, que le aplastaba las ideas en la cabeza. Pero, no más.

Cimarrona, negra, rebelde y en libertad. Así se decidió desde ese momento y para siempre, hasta el último de sus suspiros que la lleve a la madre África, de la que nunca debió salir…