Harold tenía 17 años y era la esperanza de una familia pobre, negra y de barrio vulnerable, de lograr algo positivo en la vida. Jugaba fútbol, y hace algún tiempo no vivía en Cartagena. Harold fue disparado por la espalda cuando corría para huir de unos patrulleros que le exigieron (como si su vida y su trabajo les pertenecieran) un lavado de motos gratis, siendo que el muchacho trabajaba en un lavadero para lograr ayudar en su casa, ya que la situación agravada por el contexto de la pandemia lo puso a rebuscarse de esta manera...

¿Qué hay de malo en este relato? Pues, todo. Harold siendo interpelado de manera agresiva por quienes ostentan el poder del "orden", algunos de los cuales, creen tener en sus uniformes y, peor aún, en sus armas de dotación, el destino de los demás en su haber. Por si se les olvida, así también murió Dilan Cruz mientras marchaba por su sueño de una mejor y más accesible educación. Pero... no. Según el agente del SMAD que lo mató, el muchachito se le atravesó, casualmente; cuando éste disparaba una munición prohibida directamente hacia la zona de su cabeza.

Como los de Harold y Dilan, destrozados por la tragedia; Colombia es el país de los sueños rotos.  Somos menos que nada para quienes nos gobiernan, que ven con desdén cómo somos atravesados por las balas. Nuestros futuros se ahogan en nuestra propia sangre cuando nos degollan, duelen en nuestros vientres cuando nos violan, destrozan nuestros corazones cuando nos aplastan.

He leído mucho en estos días la frase "Si quienes nos disparan son de la policía, ¿A quién llamamos entonces?" y es este el reclamo desesperado de una sociedad adolorida y postrada, de una república que nació de derramar sangre, ya muerta; y en la que no caben ni la vida, ni el bienestar, ni la salud, ni la educación de las mayorías.

Harold a sus 17 años, con sus sueños rotos de ser futbolista y ayudar en su casa, es el vivo retrato de esa Colombia que discrimina y segrega, que es racista y desigual; que mata de hambre y de miseria a muchos, mientras los mismos de siempre, que todos sabemos quienes son, se llenan los bolsillos con el dinero que debería garantizar la vida en dignidad y salud de todos. Que no hacen, pero sí roban... y mucho.

Mientras Harold caía sobre sus esperanzas vacías, de bruces hacia el suelo, miles de sueños más se quebraron en este pedazo de tierra sin Dios y sin ley... o bueno, con ley para ya sabemos quienes y porque razones...

Miles de negocios, construidos por años con sangre sudor y lágrimas han dejado de existir en medio de la crisis que nos deja el contexto del covid-19. Cientos de miles de familias rebuscándose la vida día a día en las ruinas de una economía que siempre estuvo a fallo; personas a las que se les ha apagado la vida en esta pandemia con el sistema de salud tan nefasto que nos gastamos, la pérdida de la titulación colectiva para un comunidad ancestral que la desarraiga de su territorio y la expone al despojo y la muerte, unas 30 personas o más, masacradas en los últimos días, a lo que el gobierno insiste en llamar "asesinatos colectivos" (como si esto le restara gravedad al asunto o disminuyera las víctimas), y así, la lista parece interminable...

Mientras tanto, Duque va a las zonas de violencias, azotadas por el abandono de este estado indolente, donde ocurren las masacres, prometiendo estadios de fútbol, ese deporte en el que Harold depositaba las esperanzas de un futuro mejor; para solucionar, en lo que es su miope visión de las realidades tan complejas de este país, un problema de base, tan profundo y estructural como la violencia misma y que nos ha rodeado desde siempre.

Más violencia añadió además cuando nos robó un billón y pico de pesos, de la plata de todos y que está destinada a mitigar las emergencias; para prestárselos a Avianca, una empresa en banca rota y sin ningún tipo de garantía o rédito puesto que es extranjera y no paga impuestos en Colombia.

Más violencia aún cuando nos metió fracking en la ley de regalías para explotar zonas de interés minero que están protegidas por ser de alto valor e impacto medio ambiental.

Y la peor de las violencias, cuando terminó de precarizar el ya frágil sistema laboral al implementar la contratación por horas en un país con casi nulas garantías laborales. Como bien diría su mentor "Trabajar, trabajar y trabajar..." pero... ¿Para quién? ¿Por qué? ¿Vale la pena...? Como bien dice aquella frase de la sabiduría popular cartagenera: "si el trabajo diera plata, yo que trabajo como un burro fuera rico..."

Trabajar formalmente en este país, emprender y crear empresa, pertenecer al territorio, vivir en dignidad, conservar el agua y la vida, envejecer asegurado con una pensión;  o simplemente perseguir las pasión de jugar fútbol, son todos sueños rotos en este platanal al que Dios mismo pareció olvidar y en el que no ocurren otras cosas que no sean desgracias.